Vivir con dermatitis atópica: cómo entenderla mejor

Dra. Paula Abelenda | Dermatóloga

Madre colocándole crema en el cuerpo a un bebé | Vivir con dermatitis atópica: cómo entenderla mejor

La dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel que se manifiesta con enrojecimiento, picazón y ardor, afectando el descanso y la concentración. Es frecuente en la infancia, aunque puede persistir en la adolescencia y continuar en la adultez, generando una piel que no da respiro y exige cuidados permanentes.

Se caracteriza por brotes: períodos en los que la piel se inflama, alternados con momentos de relativa calma. Puede asociarse con lo que los médicos llaman “marcha atópica”: asma, rinitis alérgica y otras formas de dermatitis. No es casualidad que en una misma familia se acumulen “los alérgicos”. 

Para entender qué pasa, conviene imaginar la piel como una pared. En la dermatitis atópica, esa pared tiene ladrillos rotos y el cemento no es muy sólido. La barrera cutánea está dañada: se pierden más agua y más grasas naturales y, al mismo tiempo, penetran con mayor facilidad irritantes, alérgenos y microorganismos. El resultado es una piel que se reseca, se agrieta y arde. A eso se suma que el sistema inmunológico “se entusiasma de más” y responde de manera exagerada a estímulos cotidianos. 

La forma en que se presenta la enfermedad varía con la edad. En los bebés suelen aparecer placas rojas en las mejillas, la frente y el cuero cabelludo. También puede afectar la parte externa de los brazos y las piernas. Estos niños suelen estar irritables, llorar más y dormir peor. No es capricho, es picazón. En los escolares y adolescentes, las lesiones se producen sobre todo en los pliegues (rodillas, codos y cuello). En los adultos puede concentrarse en manos, párpados y genitales, o bien comprometer grandes superficies del cuerpo. El picor puede ser tan intenso que interfiere con el trabajo, la vida social y el descanso. 

Hay un dato clave que conviene subrayar: la dermatitis atópica no es contagiosa. Esta aclaración, que puede parecer obvia, todavía ayuda a derribar prejuicios y miradas incómodas. Frente a este panorama, la pregunta es: ¿qué se puede hacer? La respuesta es que hoy hay mucho más para ofrecer que hace unas décadas. 

El cuidado diario de la piel es la base: baños cortos con agua tibia, limpiadores suaves sin perfumes, secado delicado y aplicación de cremas al menos una vez al día, incluso cuando la piel está bien. También es importante identificar y, en la medida de lo razonable, reducir los factores que desencadenan brotes en cada persona. El calor, el sudor, la ropa de lana directamente contra el cuerpo, ciertos jabones o fragancias y el estrés pueden empeorar los síntomas en quienes ya tienen la barrera cutánea afectada. No se trata de vivir en una burbuja, pero sí de saber qué cosas conviene evitar o moderar. 

Cuando la piel se inflama a pesar de todo, entran en juego los medicamentos. Los corticoides tópicos siguen siendo una herramienta importante en los brotes, siempre que se usen adecuadamente según la zona, la edad y la intensidad. Se combinan con otros fármacos en crema o ungüento que modulan la inflamación sin ser corticoides. 

En los casos moderados o severos, los tratamientos locales pueden no alcanzar. En esas situaciones se valoran opciones como la fototerapia (un tipo de luz ultravioleta controlada en cabinas especiales), los fármacos sistémicos que modulan el sistema inmune y, cada vez más, los medicamentos biológicos y las moléculas dirigidas específicamente a ciertas vías de la inflamación. Estos tratamientos, indicados y controlados por dermatólogos, pueden modificar el pronóstico de muchos pacientes, reduciendo el número de brotes y mejorando su calidad de vida. 

Hay un aspecto tan importante como las cremas: la información. Entender que no se trata de falta de higiene, ni de nervios, ni de un castigo por hacer algo mal; que no es culpa de los padres ni de la persona; que no existen dietas milagrosas y que las restricciones alimentarias solo tienen sentido cuando hay un desencadenante claramente demostrado; ayuda a bajar culpas inútiles y a concentrarse en lo que sí se puede hacer. Cuando el paciente y su familia comprenden la enfermedad, suelen consultar antes de que la situación se descontrole. 

La dermatitis atópica, por ahora, no se cura del todo, pero sí se puede controlar. El objetivo no es tener una piel perfecta de publicidad, sino lograr que la piel deje de mandar en la vida cotidiana. Que la persona pueda estar sin pensar todo el tiempo en la picazón.

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