Movilidad Humana, Responsabilidad Humana
Alexis Rosa | Academia del Molino

Un instante puede cambiarlo todo.
En el tránsito, una decisión tomada en un segundo -como acelerar ante un semáforo en amarillo o distraerse mirando el teléfono- puede marcar la diferencia entre llegar a casa sano y salvo o poder evitar una tragedia.
Ninguno de nosotros sale a la calle con la intención de hacer daño; sin embargo, la dura realidad nos confronta: según los datos oficiales de 2024, 434 personas perdieron la vida en siniestros de tránsito en Uruguay, lo que representa un aumento del 2,8% respecto al año anterior.
¿Podemos dimensionar esta tragedia?
Son más personas que las que viajan en 10 ómnibus completos. Es como si 20 equipos de fútbol, con titulares y suplentes incluidos, desaparecieran por completo. Se trata de una verdadera pandemia silenciosa.
Es por eso que Mayo Amarillo, el Movimiento Mundial de Concientización en Seguridad Vial, nos convoca cada año a informar, pensar y actuar. En este 2025, bajo el lema «Movilidad Humana, Responsabilidad Humana», se nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras acciones individuales en la vía pública impactan la vida de los demás.
La siniestralidad vial
Es importante aclarar que hablamos de «siniestros» y no de «accidentes» de tránsito. Un accidente sugiere algo inevitable, producto del azar o la mala suerte. Un siniestro en cambio, reconoce causas múltiples y factores que, en su mayoría, pueden prevenirse: exceso de velocidad, distracciones al volante, consumo de alcohol, fallas mecánicas, infraestructura deficiente, e incluso cierta cultura de apuro y descuido. Estos elementos confluyen para crear situaciones de riesgo que terminan en tragedias evitables.
En el sistema de tránsito nadie es un simple espectador: todos somos parte activa. En cada uno de estos papeles influimos en la seguridad de todos. Reconocer esta corresponsabilidad significa entender que nuestras acciones -por pequeñas que parezcan- importan. Si cada persona cumple su parte con precaución, respeto y empatía, la suma de esas buenas conductas se traduce en un entorno vial más saludable para todos.
Cada vez que frenamos a tiempo para ceder el paso a un peatón o señalizamos antes de doblar; cada vez que decidimos no contestar el teléfono mientras manejamos, estamos tomando decisiones que pueden salvar vidas o prevenir lesiones graves, además de mostrarle a nuestros hijos cómo queremos que se comporten cuando sean conductores. Del mismo modo, sabemos que una mala decisión puede tener consecuencias irreparables. Un instante de imprudencia puede arrebatar futuros, truncar sueños y dejar familias enteras sumidas en el dolor o en la ardua tarea de cuidar a un ser querido con discapacidad adquirida.
Asumir un compromiso personal en cada acción es crucial. Usar el cinturón de seguridad, respetar las señales de tránsito, disminuir la velocidad en zonas escolares o ponerse el casco al andar en moto, son decisiones simples que marcan la diferencia. Cada pequeño acto de responsabilidad se transforma en un pequeño gesto de amor a la vida que puede evitar siniestros. Y cuando evitamos un siniestro, no solo nos protegemos a nosotros mismos: también estamos protegiendo a otros, incluso a personas que quizás nunca conoceremos pero cuya vida podría cambiar para siempre por una decisión nuestra. Es bueno ser consciente que una buena decisión al volante, puede perdonarle la vida a un ser humano.
Una mirada colectiva, empática y solidaria
La seguridad vial no es responsabilidad exclusiva de las autoridades ni de «los otros»: es una simple tarea que debemos asumir entre todos, con una mirada colectiva, empática y solidaria. Colectiva, porque las soluciones nacen simplemente de realizar buenas prácticas por toda la comunidad. Empática, porque necesitamos ponernos en el lugar del otro y solidaria, porque al cuidarnos en el tránsito estamos cuidando también a quienes nos rodean.