Enfermedad Celíaca: desafíos y novedades en 2025
Prof. Dra. Carolina Olano | Gastroenteróloga

La Enfermedad Celíaca es mucho más que “no poder comer pan”. Se trata de una enfermedad autoinmune en la que el sistema de defensa del cuerpo reacciona de forma exagerada frente al gluten ingerido, una proteína presente en el trigo, la cebada y el centeno. Esta reacción inflamatoria provoca una atrofia de las vellosidades del intestino y la consecuente dificultad en la absorción de los nutrientes.
Aunque sus síntomas fueron descritos por Areteo de Capadocia en el siglo II a. C., fue recién a mediados del siglo XX cuando se identificó al gluten como el responsable. Curiosamente, este descubrimiento se hizo durante la Segunda Guerra Mundial: la falta de pan por el racionamiento llevó a una mejoría inesperada en niños enfermos, y al volver a consumirlo, los síntomas reaparecieron. Desde entonces, la investigación ha avanzado enormemente, pasando de un diagnóstico basado solo en la observación clínica a sofisticadas pruebas de laboratorio y biopsias.
En los últimos años hemos aprendido que la Enfermedad celíaca puede aparecer a cualquier edad, desde niños pequeños hasta adultos mayores, y que no siempre se presenta con la “forma clásica”.
Podemos encontrar tres formas principales de presentación:
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Forma clásica: diarrea crónica, distensión (“hinchazón”) abdominal, pérdida de peso y falta de apetito.
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Forma no clásica: síntomas fuera del aparato digestivo, como anemia, osteoporosis, erupciones en la piel, alteraciones del ánimo o problemas de fertilidad, entre otras.
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Forma silenciosa o asintomática: el paciente no percibe síntomas, pero en los análisis y biopsias aparecen las lesiones típicas. Es el caso, por ejemplo, de los familiares (hijos, hermanos o padres) de un celíaco o personas con otra enfermedad autoinmune (Tiroiditis de Hashimoto, diabetes tipo I, hepatitis autoinmune, etc.). En ellos, es necesario buscar la enfermedad aun en ausencia de síntomas.
El diagnóstico de la Enfermedad Celíaca combina evaluación clínica, análisis de sangre y estudio del intestino.
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Análisis de sangre (serología): miden anticuerpos específicos como anti-transglutaminasa tisular (anti-TG2) y anti-endomisio (EMA).
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Biopsia intestinal: se realiza mediante una endoscopia para observar si existe daño en las vellosidades intestinales.
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Estudios genéticos (HLA-DQ2/DQ8): no confirman la enfermedad, pero ayudan a descartarla si son negativos.

Los desafíos que siguen vigentes
1. Diagnóstico tardío
A pesar de que las pruebas de sangre y la biopsia intestinal son cada vez más accesibles, todavía muchas personas pasan años sin saber que tienen la enfermedad. Esto ocurre porque los síntomas pueden confundirse con otras afecciones digestivas o porque el paciente se adapta y no consulta.
2. Dieta sin gluten estricta… y de por vida
El único tratamiento comprobado sigue siendo evitar el gluten completamente. Esto implica leer etiquetas, preguntar en restaurantes y tener cuidado con la contaminación cruzada. Puede sonar sencillo, pero es un gran desafío social, económico y emocional.
3. Adherencia y calidad de vida
Mantener la dieta estricta no siempre es fácil. Los descuidos, voluntarios o no, pueden provocar que la atrofia intestinal continúe, incluso sin síntomas claros.
Las novedades en 2025
La buena noticia es que la investigación no se detiene, y este año hay avances que vale la pena destacar:
Nuevas herramientas para el seguimiento
Hoy existen pruebas capaces de detectar pequeñas cantidades de gluten ingerido, midiendo fragmentos en la orina o en las materias fecales que esperamos estén disponibles pronto en nuestro país. Esto ayuda a saber si la dieta realmente está libre de gluten.
Avances en diagnóstico de casos difíciles
Nuevas pruebas diagnósticas usando técnicas como la citometría de flujo o la medición en sangre de algunas proteínas relacionadas con los procesos inflamatorios, colaboran en el diagnóstico cuando los estudios habituales no son concluyentes.
Terapias en estudio
Si bien todavía ninguna alternativa ha reemplazado la dieta, se están probando enzimas que descomponen el gluten, vacunas para “reeducar” al sistema inmune y medicamentos que reducen la inflamación intestinal. No están listos para uso general, pero muestran un camino prometedor.
Mayor conciencia y etiquetado más claro
En muchos países, las regulaciones sobre el etiquetado de alimentos han mejorado, lo que facilita identificar productos seguros.
Qué podemos hacer como pacientes
- Consultar si tenemos síntomas persistentes o familiares con la enfermedad.
- No iniciar la dieta sin gluten previo al diagnóstico ya que dificulta la confirmación médica.
- Una vez diagnosticado, seguir la dieta con compromiso, pero sin aislarse socialmente.
- Realizar controles periódicos con el equipo de salud.
- Mantenerse informado debido a que las recomendaciones pueden evolucionar.

Mitos y verdades
“A los celíacos, comer un poco de gluten no les hace daño.”
Incluso cantidades mínimas pueden provocar atrofia de las vellosidades intestinales.
“La dieta sin gluten es más saludable para todos.”
Solo es necesaria para quienes tienen Enfermedad Celíaca o sensibilidad al gluten diagnosticada.
“Si no tengo síntomas, significa que no soy celíaco”
La alteración intestinal característica puede ocurrir sin síntomas evidentes.